Dejé a mi hijo en comisaría

images Acabo de leer un documento estremecedor que me ha dejado bastante impactado. Como algunos recordaréis, hace poco salió en las noticias un caso en el que un padre fue acusado de abandono por dejar a su hijo en una comisaría “para le reprendieran por su mal comportamiento”.

Ahora, en El Mundo publican un escrito de dicho padre donde explica, con todo lujo de detalles, su situación y el por qué hizo eso.

Yo, de momento, no soy padre. Pero aún así no puedo más que entristecerme al leer un caso así, y apoyar (aunque sea virtualmente) a esta persona que tiene la mala suerte de tener un hijo rebelde (en el peor sentido de la palabra) y que, encima, tiene que ver cómo este sistema social y judicial en el que vivimos no le da el más mínimo apoyo (al contrario, lo penaliza por educar a su hijo de la mejor manera que sabe).

Sólo con leer el principio ya me quedé a cuadros: “Hace tres años le di un par de bofetadas a mi hijo de 10 años en público. Eran las fiestas de Valle de Egüés (Navarra). Me dijeron que estaba haciendo todo tipo de trastadas. Lo saqué a la calle y, ante su rebeldía, le di dos bofetones. Una pareja de la Policía Municipal presentó una denuncia por abuso y maltrato… La Policía me calificó de maltratador y lo contó a quienes quisieron escuchar. Más de un vecino se acercó a preguntarme si era cierto que yo le había dado una paliza a mi hijo… Cada dos meses lo suelen excluir unos dos días por alguna falta de respeto a un profesor. Esta vez no sólo le insultó, sino que le amenazó con denunciarle a la Policía Municipal. Con 10 años. La consecuencia fue una advertencia de que la próxima expulsión implicaría la salida definitiva del centro.” (las negritas son mías).

Mi opinión es que estamos llegando a un punto en el que, en pro de lo políticamente correcto, estamos llevando ciertas situaciones a extremos completamente absurdos…

A mí, mi padre me zurró cuando lo creyó conveniente, como os habrán hecho a muchísimos de vosotros, y he de confesar que no recuerdo ninguna ocasión en la que no lo mereciera y que, por suerte, no tuvo que recurrir en demasiadas ocasiones a tales extremos. Os aseguro que, al menos conscientemente, no tengo ningún trauma psicológico por ello y, además, estoy bastante orgulloso de la educación que he recibido.

Ahora estamos asistiendo a una nueva “onda”, en la que lo que se lleva es ser un padre “guay”, amigo de tus hijos (con una acepción demasiado amplia del término). Esta actitud implica, además, denostar el castigo físico en todas sus vertientes, calificándolo de retrógrado y excesivo. Lo más gracioso del caso es que precisamente suelen ser personas que han recibido algún guantazo de pequeños y que ahora no pueden quejarse de su esquema de valores ni de su comportamiento a lo largo de los años. Además, y como norma general, estas actitudes suelen complementarse con otra ya plenamente conocida: malcrío y satisfacción inmediata de todas las “necesidades” del crío en cuestión, sean cuales sean. En otras palabras, el no saber decir que “no” porque sino el chaval se coge un rebote que no veas.

Pero cuando observo el resultado que les está dando todo esto con sus hijos… lo primero que pienso es: “por favor, que no se me ocurra pensar así cuando se trate de la educación de los míos”.

Un ejemplo socorrido, y que por desgracia tengo que ver demasiadas veces: el padre que se viene a la tienda con el hijo pequeño. El padre hablando conmigo y el hijo toqueteando todo lo que hay a la vista. No dejo de echar miradas para que el padre se dé cuenta, y lo máximo que consigo es que se gire durante un segundo, le diga “estate quieto” y vuelva a hablarme. Y el niño por supuesto a sus anchas. Esto se puede repetir varias veces con el mismo resultado. En estos casos, es tal la rabia que me entra por el poco respeto que creo recibir por parte de dicho padre (el niño aquí no tiene culpa de nada, visto lo visto) que lo que hago es acortar la conversación lo máximo posible para que se vayan pronto. Si el niño tira algo al suelo igual tienes suerte y el padre le reprende, eso sí no esperes que te digan que te lo pagarán si se ha roto. Deben creer que se encarga el seguro. Y si el niño se pone a llorar, tiene el perdón paternal inmediato asegurado.

Evidentemente, es mi opinión y no estoy a favor de las palizas. Seguramente esto sobraba, pero tal y como está el patio prefiero dejarlo bien claro antes de que alguien me ponga a caldo en los comentarios.

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Juanjo

Me llamo Juanjo y en un sucinto resumen se podría decir que soy un informático adicto a las series, el cine y la lectura, además de apasionado por los ordenadores, móviles, gadgets, internet, videojuegos… lo que viene a ser un geek ;).