Hay cosas que me siguen cabreando demasiado (3). La mala educación y el poco respeto de la gente por los demás.

Cuanto más mayor me hago, más me vuelvo un escéptico social. No es que me haya caracterizado nunca por ser un modelo de extroversión, pero estas últimas semanas estoy sufriendo lo que yo denominaría una crisis empática. Me explico.

Durante toda mi vida siempre he sufrido un mal. Bueno, quizá algunos no crean que sea un defecto, pero normalmente lo suelen pensar así personas que son totalmente lo contrario y por tanto no se ven afectadas por ello. Este mal algunos lo llaman “es que es buena persona”. Yo lo llamo (me llamo), directamente, “es que es un gilipollas”. Las personas que sufrimos este mal solemos intentar siempre agradar a los demás, no crear ni incentivar conflictos, y casi nunca decimos “no” incluso a costa de realizar actos u omisiones que no nos agradan o que no nos apetecen. Esto da como resultado inevitable la aparición de personas a tu alrededor que se vuelven parásitos, vampiros de tu empatía. Y digo vampiros porque te absorben, te “chupan” (puede ser tiempo, dinero, energía, etc.) e incluso en ocasiones pueden llevarte a trastocar tu propia personalidad. A esta clase de gente yo los clasifico en dos grupos: los que lo son con plena consciencia (lo cual les valdría unos adjetivos calificativos que no voy a poner por pudor bloguero) y los que lo son sin percatarse de ello. Pero no nos engañemos, si algún culpable hay de ser una fuente de la que estos subgrupos beben es la misma persona que se deja parasitar.

Este pedazo de rollo pseudo-psicológico que acabo de soltar es una especie de disclaimer anterior a lo que quiero contar en este post. Dado que estos días estoy en una fase (que se repite temporalmente de vez en cuando, y que no suele servir de nada porque invariablemente no cambiamos este aspecto de nuestra personalidad que tanto nos incomoda) que yo denomino “de despertar”, de darse cuenta de algunas cosas que como norma general vas obviando hasta que revientas, puede que esta situación influya en lo que voy a contar seguidamente (y también en cómo lo cuento). Al final de este post también volveré a enlazar con todo esto y quedará más claro el motivo de este inciso.

Vayamos pues al grano. Se da la casualidad, por circunstancias que no vienen al caso, que desde hace un tiempo paso algunas horas a la semana en una biblioteca pública. Un lugar donde se supone que la gente viene a leer, a estudiar, y en los últimos años a usar el portátil para navegar por internet de manera gratuita a través de la wifi que suelen ofrecer estos espacios. Hasta aquí todo correcto. Coincidiréis conmigo en que todas estas actividades requieren del mayor silencio posible. Y yo, con esta personalidad (no sé si acertada o no) de siempre intentar cumplir las normas de convivencia y de respeto por los demás, tiendo a creer que todos (más o menos) son iguales en este aspecto. Y entonces es cuando vienen las sorpresas.

– Hoy, por ejemplo. Llego y busco una de las mesas reservadas para portátiles (tienen preferencia porque hay varios enchufes al lado). En dicha mesa hay 6 “puestos de trabajo”. Había 3 que estaban “marcados” por gente que no estaba (tenían una carpeta, o un libro, indicando que se encontraban ocupados). Por suerte estaba libre una silla donde más me gusta, al lado mismo de la ventana. A los pocos minutos aparece un chaval y se sienta en uno de los 3 sitios reservados, y se pone a estudiar. Poco después, aparece un elemento que se nos sienta enfrente. Y el tío se pasa más de una hora ahí sentado, ojeando el libro con desidia, pero deleitándonos cada pocos minutos con unas espectaculares sorbidas de mocos. Es más, aparte de eso también soltaba algún gemido y tosecita que otra del mismo resfriado que llevaba encima. No contento con esto, también tenía el móvil al lado pero se ve que el modo silencio no sabe ni lo que es, toda cuenta que le han enviado dos mensajes y nos hemos tenido que enterar todos de este hecho. Sí hombre sí, ya vemos que eres un chavalín muy solicitado, so cabrón. La próxima vez, mira a ver si te quedas en casa y no hace falta que vengas a compartir tus putos microbios con el resto de la gente que no te ha hecho nada. Tampoco hace falta que nos demuestres tus dotes de sorbedor y tosedor profesional, toda vez que aquí venimos a estudiar, leer o trabajar y no a oír los efectos secundarios de tu constipado.

Lo mejor del caso ha sido cuando se ha ido, con los ojos como platos veo que la carpeta que había en el asiento de su lado también era suya. El tío se ve que quería estar ancho y ha simulado que ese asiento estaba ocupado. Brutal.

– Otro caso increíble. Hace unos pocos días, yo estaba en la misma mesa, en el mismo asiento. Al poco, se me sienta un individuo delante con un portátil antediluviano, que además de hacer un ruido a avión que te puedes morir veo que estaba pegado en varios sitios con celo, de tan machacado que estaba el pobre. Instantes después de sentarse, me empieza a llegar un “agradable” olor a rancio, que después de analizarlo llegué a la conclusión de que provenía de tal espécimen de la raza humana.

Unos minutos después, aparece otro espécimen (esta vez del género femenino) y se sienta en la mesa de al lado haciendo bastante ruido. Se trata de una mujer grande, desgarbada, con el pelo recogido en una coleta y vestida de una manera un tanto peculiar. La observo rápidamente fruto de la máxima que dice que “los ojos siempre van al movimiento, sobre todo en un entorno tranquilo”. Pasan los minutos, y suena un móvil a toda castaña. Veo que la individua abre el bolso tranquilamente, saca su terminal y se pone a hablar como si estuviera en un bar (ya que vas a joder a todos los que estamos en la biblioteca, que menos que hacerlo con la voz baja).

Pero lo más bueno viene cuando la tía se gira y empieza a llamar al que tengo enfrente, diciéndole no sé que chorradas de vez en cuando a voz en grito. Anda, si resulta que se conocen. No contenta con ello, se viene a nuestra mesa, se pone al lado del individuo y empiezan a charlar sobre qué iban a hacer para comer, si macarrones o si pollo al no sé qué. Le vuelven a llamar al móvil, lo vuelve a coger y deduzco que trabaja para alguna inmobiliaria o derivado ya que la conversación giraba en torno a unos papeles que una viuda tenía que firmar para vender una casa. Cuando termina, el individuo la recrimina por hablar tan alto, después de lo cual viene una discusión de pareja, para finalizar diciéndole ella que esa noche lo iba a coger y le iba a hacer maravillas en la cama. Se ve que el tío se anima al oír estas proposiciones y, por fin, se largan.

Una vez contados estos dos casos particulares, que son todos los que están pero no están todos los que son, paso a describir de manera satírica mi visión actual de las bibliotecas y de la fauna que por ellas circula:

– No hace falta que cuando vayas a una te preocupes por poner en silencio tu portátil. Es que, para los demás, escuchar el sonido de arranque o cierre de Windows mientras leemos o estudiamos es como un orgasmo y nos ayuda a concentrarnos aún más.

– Cuanto más ruido hace un portátil, tanto más efectivo y potente es. Así que nunca pienses que, aunque tu ordenador tiene más años que Matusalén, ese sonido infernal puede molestar al resto de la gente. Cuando estamos ante alguien con esa maravilla tecnológica en sus manos, lo primero que pensamos es cuán afortunado es de tener ese gadget y cómo nos deleita los oídos las ondas sonoras que proyecta.

– Lo mismo para los móviles, nos encanta saber qué politono tienes como melodía de llamada, y por supuesto también el de los mensajes. La función de “silencio” o “reunión” no existen para ti, eres un joven ejecutivo que tiene que estar localizable al 100% y por eso te vienes a la biblioteca y la conviertes en tu despacho profesional. Además, ya que has pagado 3 sms a 1,20 euros cada uno
por bajarte la última canción de Bisbal o de Shakira, qué menos que todos sepan en qué inviertes la prestación del paro.

– Siguiendo con los móviles, el saber qué es lo que hablas con tus amigos/conocidos/familiares/compañeros de trabajo, con un volumen de voz como si estuvieras sordo, es requisito indispensable para el resto de la humanidad. No puedo ni imaginar qué sería llegar a casa, cuán deprimido me sentiría, si ese día no hubiera escuchado alguna conversación ajena en la biblioteca.

– No te puedes imaginar cómo nos maravilla tu altruismo al compartir todos tus gérmenes, microbios y bacterias con el resto cada vez que estornudas o toses. Sobre todo si lo haces continuamente. Admiramos tu abnegación por el estudio cuando resulta que estás casi con la gripe A y aún así vienes a la biblioteca a trabajar. Te mereces la medalla del mérito estudiantil.

– No te duches ni te laves. El hecho de que lo más normal es que haya alguien pegado a ti antes o después no debe ser un impedimento para que liberes tus efluvios a la naturaleza.

– La biblioteca es un lugar pensado para gente inteligente y superdotada como tú. El resto de la plebe no debería ni siquiera asomar la jeta por la puerta. Por eso es comprensible que te dediques a poner tus libros, carpetas o demás objetos personales en el puesto de al lado para hacer creer a esos inmundos que está ocupado. Así estás más ancho y tu mente puede explayarse todo lo que se merece.

– Y, claro está, un cerebro tan privilegiado como el tuyo necesita relajarse de vez en cuando, no sea que reviente de tanta información como le metes. Pero también es verdad que tener que levantarse de la silla para eso es un coñazo, así que no dudes en charlar con el colega de turno que pasa por tu lado en ese momento o está sentado cerca de ti. Los humanos normales entendemos perfectamente tus necesidades y queremos que te conviertas en un hombre de provecho. Charla todo lo que quieras, cuanto más rato y fuerte mejor.

Y ahora, por fin, ya enlazo con lo que os decía al principio de este post. En todos estos casos, la tendencia natural sería mirar a la cara al subnormal de turno (con perdón de los subnormales, que al menos ellos no tienen elección) y decirle claramente que deje de molestar a los demás. Pero esta enfermedad que tanto nos corroe a la gente de hoy en día, esa dolencia por lo políticamente correcto, por ser “guai” y por no limitar la libertad ajena (sin darnos cuenta que al mismo tiempo estamos estrangulando la nuestra), sumado al miedo (porque, hoy en día, que alguien te suelte una hostia a la primera de cambio no es, por desgracia, nada anormal) hace que la gente “corriente” nos callemos como putas. Nos jodemos, nos aguantamos y miramos hacia otro lado, a la espera de que dicho subnormal se harte de joder la marrana y canse o se vaya. Cobardes es la única palabra que se me ocurre para aplicarnos (ya que yo soy uno de ellos).

Cómo admiro a esa gente que no tiene pelos en la lengua. Esos que cuando van a un restaurante no tienen complejos en decir que algo no está a su gusto, mientras otros no nos quejamos (aunque tengamos razón) por vergüenza. Esos que son capaces de decirte a la cara cualquier cosa sin tener que estar toda la noche sin dormir pensando en cómo te lo dirán. Esos que, cuando van al cine y alguien no deja de hablar o dar patadas por detrás, se giran a la primera de cambio (y no sólo cuando la situación es insostenible) para decirle al molestador que deje ya de dar por el saco. Esos que, cuando tienen alguna queja o reclamación, van a esta el final y realizan las acciones necesarias, seas cuales sean, para conseguir su licito objetivo (mientras que otros, por no meternos en líos o no invertir el tiempo necesario, lo “dejamos pasar”). Esos que, cuando estás en un transporte público y un desperdicio humano lleva el móvil o el mp3 con su música a toda pastilla, son capaces de recriminarle. En definitiva, esa gente que cuando hace algo, no piensa tanto en el interés ajeno como en el suyo personal.

Por favor, que alguien invente una pastilla que cure el exceso de empatía. O una que elimine la sensación de que estás viviendo en un mundo que no te corresponde, porque ves que las personas como tú (con ciertos principios morales, de educación y respeto) son minoría. Aquí, un servidor, será un cliente preferente para el resto de la vida.

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Juanjo

Me llamo Juanjo y en un sucinto resumen se podría decir que soy un informático adicto a las series, el cine y la lectura, además de apasionado por los ordenadores, móviles, gadgets, internet, videojuegos… lo que viene a ser un geek ;).