Acto 1: despertar
Suena la alarma del móvil que descansa sobre la mesita de noche, al lado de la cama. Son las 7:00 horas de la mañana de un día cualquiera… La primera acción antes de salir de entre las sábanas, una vez entreabiertos los ojos y desconectada la alarma, es comprobar si alguna ave nocturna nos ha enviado algo al Whatsapp o al Telegram. Una vez hecha la comprobación y de contestar a algún que otro mensaje recibido, estamos listos para saltar de la cama y ponernos en funcionamiento. Posiblemente, antes de empezar nuestra jornada laboral, hayamos mirado nuestro Facebook, poniéndonos al día de los acontecimientos de nuestros “amigos” virtuales, señalando algún que otro “me gusta” a determinados post que nos hayan parecido interesantes y actualizando nuestro estado para que todos sepan que ya estamos conectados. Quizá, ese día vayamos con tiempo y todavía tengamos ocasión de subir alguna foto de nuestro estupendo desayuno a Instagram. Y, cómo no, de leer los últimos tuits y compartir alguno de ellos antes de empezar con nuestras obligaciones cotidianas… ¿Os resulta familiar?
Acto 2: mañana escolar
Son las 8:00 de la mañana. Empieza la jornada laboral. Una clase cualquiera de un instituto de secundaria lleno de adolescentes con los móviles en la mano mandando los últimos whatsapps antes de que la profesora entre en clase… evidentemente, el uso de dispositivos móviles en el centro durante el horario lectivo está prohibido. Y los alumnos lo saben. Una vez conseguido el hito de que los alumnos dejen el móvil en sus mochilas, la profesora se dispone a impartir la clase. En mitad de la misma, suenan varias notificaciones en un terminal que alguno de los alumnos ha olvidado desconectar. La ansiedad por comprobar esos mensajes se hace patente en dicho alumno, que no puede contenerse y se lanza a por el teléfono sin dilación, sin pensar en qué lugar se encuentra en ese momento. Superada la situación, la profesora comprueba con cierto fastidio que, mientras se está proyectando un interesante documental, varios de los alumnos están chateando con sus móviles sin prestar atención a lo que se dice en él. Se requisan los móviles ante las miradas de disgusto y las palabras desairadas de sus dueños y se continúa adelante. Suena el timbre anunciando el fin de la clase e inmediatamente y de manera veloz, los alumnos se abalanzan sobre sus móviles para comprobar si en los últimos 50 minutos que han estado desconectados, ha sucedido algo que ellos se hayan podido perder por estar offline… Y esto se repite a lo largo de toda la mañana de todos los días del curso escolar.
Acto 3: quedar con amigos
Hoy día es habitual encontrarse en las terrazas, bares, parques… grupos de personas, jóvenes y adultos de mediana edad, sentados en una mesa, sin hablarse ni mirarse entre sí y pendientes de la pantalla del dispositivo móvil que cada cual sostiene en sus manos, un comportamiento que desvirtúa lo que debería ser una interrelación humana saludable y que ha puesto en guardia a sociólogos, psicólogos y psiquiatras por el peligro que entraña tanto para la salud mental individual como colectiva. Por eso, no es infrecuente encontrar grupos de amigos que se reúnen para cenar, que acuerdan depositar los móviles en algún tipo de recipiente con la condición de que, el primero que mire su celular, sea el que pague la cena, copas o lo que sea. Todo con tal de evitar la tentación de prestar más atención al móvil que a las personas con las que se comparte unas horas de ocio y tiempo libre. Leer más